domingo, 8 de noviembre de 2009

La esfinge



Una voz que juega con mi rapto
me invita a la última noche.
Promete, si me toca,
ser su dios y prepararme un santuario.
Se trata de la guerra de Troya.
No, dice, y fuma.
¿Mañana qué?
¿Qué duda recorre el desierto?
La arena se arrastra hasta la cama
montando el lenguaje de las sábanas.
Esa voz de la noche, del rapto, se apaga
gimiendo ante la respuesta humana.
El rapto es ahora mío.
Sus lágrimas, sus garras, se vierten
en un jordán que sabe sólo de la infidelidad
que no tuve. Donde debía haber sangre,
el lamento camina en ayunas.
Sus alas divinas se rebelan
y vuela la esfinge sobre el dormitorio.
Ninguna promesa la persigue
ninguna víctima la alimenta.

Quiere matarme, quiere
mi sacrificio, quiere
oler mi cuerpo cremándose, después
guardar la urna y la respuesta humana.
Quiere que viva en su refugio celestial.
Entre el humo y la sombra
sin saber quién sigue a quién
la pregunta se camufla.
Los dioses también hacen sus sacrificios.
Ahora viajo a otro mundo.
Ella feliz y yo a su lado.

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