sábado, 26 de febrero de 2011

Un chiste



Llegar es una cosa, volver otra. La valija con una vida se perdió en el vuelo. TAM no la mandó de vuelta. Que se quede dónde quiera el tiramaletas. ¿Hay cementerio de maletas? ¿Dónde? Les ponemos unas rosas. Los quiero.

martes, 8 de febrero de 2011

La curiosidad dos



La curiosidad

Vuelvo porque vuelvo. Vuelvo porque la curiosidad sigue, pero no ocurre por el objeto sino por la perspectiva. Perspectiva doble. Me vuelvo a traducir, a invertir el lugar idiomático. Traduzco la curiosidad. Que trata de la ciencia y su superstición. Vaya ejemplo de lo que ha sido este kleine reise, en el que de las amistades surgían una continuidad de los textos que me apabullaron este tiempo. Debate sobre ciencia, religión y tradiciones culturales. Agradecido de la participación elevadísima de los profesores Nicola y Pablo.

Fragmento de lo que me deslumbra en estos días.
La curiosidad de conocer el porvenir: la naturaleza no conoce el futuro

Cuando lo nuevo aparece y se lo debate, o sea, cuando se le presenta resistencia y se forma una oposición que se basa en la existencia superior, obligada por la moral, de valores, se trata a menudo de preguntas irresueltas sobre la delimitación entre naturaleza y sociedad. Esta dicotomía prefiere ser construida y falsa, empírica e históricamente rebatible, aunque se mantenga con una tenacidad que siempre reaparece para defender los intereses arraigados. En la argumentación convencional, la naturaleza implica lo dado y lo esperado por un poder superior. La naturaleza es considerada como la norma que define la normalidad. Por el contrario, la intervención humana significa la superación de las limitaciones impuestas, superación que infringe subversivamente la normalidad y la amenaza.* Pese a que no resulta tan atractiva la invocación a una naturaleza que remite a la inmutabilidad de las exigencias normativas y las escalas temporales que superan las medidas humanas, en un segundo paso debe determinarse hasta dónde llega el dominio de la naturaleza y quién puede definirlo con autoridad. Más que nunca, la ardua disputa y lucha en torno al consenso social son inminentes.


La fe en la inmutabilidad de la naturaleza oculta el conocimiento del proceso social por el que surgen el saber y la capacidad de intervenir en la naturaleza, de manipularla y controlarla. La resistencia a lo nuevo es reivindicada en nombre de una autoridad que parece estar más allá de la imposición de normas y que le corresponde el derecho de imponer normas pre y suprasociales. Cuando al inicio de la Modernidad emergió por primera vez en Europa el concepto moderno de política, el cual no estaba comandado ni protegido por la voluntad divina, el eje de la cuestión fue el problema del ejercicio de la libertad y las restricciones que le eran impuestas a la arbitrariedad del poder político. Para ello, entran en cuestión dos instituciones. Una fue el sistema jurídico, cuya incumbencia debía ser, prioritariamente, elaborar normas y reglamentaciones, tramitaciones y garantías, además de ocuparse de su implementación, puntos que determinaron gradualmente la construcción del Estado de derecho. La otra institución era la aún joven y poco institucionalizada ciencia. Según el politólogo israelita Yaron Ezrahi, la ciencia fue concebida históricamente como una autoridad apolítica que tenía la capacidad de disciplinar el accionar político, criticar decisiones e imponerle límites al Estado secular. Esta función (política) de la ciencia a veces fue empleada, invocando la racionalidad científica y tecnológica, para despolitizar el ejercicio del poder y encubrirlo. Sin embargo, la certificación de una realidad basada en la ciencia contribuyó, esencialmente, a que fuera separada la voluntad divina de las leyes naturales y se restringiera la arbitrariedad del accionar político. 15.


Ya en sus inicios, las ciencias naturales modernas habían demostrado que podían encontrar mecanismos con los que la scientific community lograra alcanzar un consenso sobre cuestiones controversiales. En un tiempo convulsionado por las guerras religiosas y civiles, sin duda esto contribuyó a consolidar la reputación moral de esta joven institución que, no obstante, era lo suficientemente sabia para aceptar las restricciones que le impusieron el poder político y el religioso, o sea, para no inmiscuirse en sus asuntos.

La autoridad de la ciencia como instancia apolítica se basa en una legitimidad derivada de la autoridad de la naturaleza. Las leyes naturales que investiga son leyes de un nivel muy elevado, las cuales no son negociables ni pueden ser sometidas a un poder estatal ni a una sentencia judicial. La ciencia certifica que la realidad de la naturaleza es removida de la jurisdicción de las leyes humanas y su arbitrariedad; no obstante, hay un procedimiento para “revelar sus secretos”, manipularlos y ponerlos a nuestro servicio. Por medio de ello, la institución ciencia deviene una mediadora aparentemente inapelable entre la sociedad y la naturaleza. Reclama para sí la autoridad de hablar en nombre de la naturaleza. Para llevar con éxito su programa de exploración, debe estar libre de intervenciones estatales y religiosas, puesto que “dice la verdad ante el poder”. Al contrario, la scientific community garantiza por medio de sus procedimientos de control de calidad, en especial la peer review, que el conocimiento producido es fiable. Estas dos tendencias, el reclamo de la ciencia de hablar en nombre de una autoridad apolítica superior y la garantía de publicidad frente la fiabilidad de un conocimiento producido y certificado por él, son los fundamentos para su autonomía hasta hoy, incluso cuando el carácter público de la ciencia esté bajo presión.


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Es interesante que también los biólogos hagan esta diferenciación. Se refieren a los cambios provocados por los hombres como supernomalidad.