Bueno, bueno. Ya estoy terminando la cuarta y última (qué miedo, aunque faltan las aprobaciones). Con algunas indigestiones, menos cabello y otras tantas psicosomatizaciones (incluyendo un acarreo macrista del viejo tiburón). Como ahora es cuestión de volver a decirse qué hago acá (homenaje a mi primo, seba, y, por consiguiente, del gato g.), pensé en un libro (acaso otra cosa?). Y en eso, algo muy lindo...
Mientras escribía el libro en el que afirmaba que la energía no puede más que ser dilapidada, empleaba yo mismo mi energía, mi tiempo, en el trabajo: mi investigación respondía de manera fundamental al deseo de acrecentar la suma de bienes adquiridos por la humanidad. ¿Tendría que decir que bajo estas condiciones sólo podía atender, en algunos momentos, a la verdad de mi libro y no podía continuar con su escritura? Un libro que nadie espera, que no responde a ningún problema formulado, que el autor no habría escrito si hubiera seguido la lección al pie de la letra, esta es, finalmente, la singularidad que hoy le propongo al lector. Y, sin embargo, esto incita, desde el comienzo, a la desconfianza. Sería mejor no responder a ninguna expectativa y ofrecer justamente aquello que repele, lo que se ignora voluntariamente por falta de fuerza: este movimiento violento de una sorpresa repentina que revuelve y retira del reposo al espíritu: una suerte de osada inversión: la sustitución del estancamiento de las ideas aisladas, de los tercos problemas de una angustia que no qiso ver, por una dinámica en armonía con el mundo.
La parte maldita, G. Bataille
*repito imagen porque lo vale, estoy suspendido, a punto.
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