Y los vientos podrían narrar la ira de la tormenta. Esquilo.
***
Esa tarde al volver del colegio, Ezequiel, el futuro ministro de economía, recibió lo que nunca. Una carta. Había recibido una, alguna vez que se fue de campamento. Bastante poco real, por cierto, pero la idea de los profes era que tuvieran esa vivencia, que reconocieran la existencia de la distancia, el motivo y el envío. La sorpresa no produjo excitación, todo lo contrario. Prefirió dejarla en el buzón y luego pedirle a la vieja que lo abriera. Ella sabría filtrar cualquier información no deseada. Al fin de cuentas, un ministro también es un humano. Dicho y hecho, como no podría ser de otra manera. Llegó la vieja, después del beso en el pelo, le dijo que había algo para él. Leticia también estaba sorprendida. Pero entendía que la burocracia no estaría estirando su mano a la juventud. Para qué. Después la sonrisa le cambió. Cómo es posible que alguien sepa que Ezequiel vive acá. En esa época empezaron los robos, cuando no algún que otro secuestro paradigmático de personaje famoso. Estas inquisiciones no ocurrían ciertamente en Leticia, aunque sí lo percibía la abuela Alberta que estaba cuidando a Ezequiel. Andar mucho por el barrio, chismoseando, escuchando la radio. Hitler.
Me la abrís, soltó, después de que su madre la dejara delante de la chocolatada. Abríla vos. Dale, porfi. Es para vos, qué tenés, miedo. Miró la hora, no para verla, sino para esquivar el gesto de hacete grande y no hinches las pelotas. Al final, abrió el sobre. El reflejo de la foto, antes del papel blanco volvió a sorprenderlo. Toda era una sorpresa y no era su cumpleaños. Cuestión que la foto era de una latita. Una latita de lo que después nos enteramos, era de cerveza con arándanos, de la cuenca del Missisipi, más precisamente, de Alexandria. La lata era de color violeta y amarillo, con algún rasgo de diseño de los setenta. Pelotitas y zigzagues. La carta estaba escrita en un español modesto. Modesto era la particularidad de una letra prolija pero una articulación forzosa. Mucho gusto, Señor Ezequiel. Mi nombre es John L. Cooke y tengo esta lata de la foto. Agregaba datos de la procedencia, de la manera de producción de corta tirada, incluso del sabor y de cómo esa lata había llegado a sus manos. El gringo Cuk había decidido abandonar su tierra natal después de pensar que la guerra de Vietnam había sido un fracaso. Bueno, pensó que los rusos iban a invadir finalmente USA y que ver perder dos veces el mismo partido, no era algo que soportaría. Se dijo que era mejor ir a otra cuenca, la del Plata. Terminó subiendo un poco por el Paraná. Tuvo la intención de llegar hasta Misiones, pero en Corrientes se quedó. Pegó un laburito como mecánico de aviones, ahí avionetas nomás. Esa es mi historia Ezequiel. Si le interesa, puede escribirme. La idea de que este hombre quiera contar su historia a un desconocido como el futuro ministro de economía, que en realidad estaba buscando latitas vacías para agrandar su colección de latitas de todo el mundo. Ya había ocupado toda la pared, literalmente toda. Latitas de USA, de Alemania, Checoslovaquia, Francia, Holanda, pero sobre todo de USA. Casi cincuenta estados es una banda. De jugo, de cerveza, cocacolas, ediciones especiales de navidad, mundiales, días de la independencia. Su colección era la más grande del aula, del colegio, del país, y seguramente del mundo. Era su ilusión. Esta carta había llegado después de que al propio Ezequiel le publicaran una carta de lectores para la revista dominguera en ocasión del día del niño. Allí decía que tenía dos deseos, ser ministro de economía y tener la colección de latitas más grande del mundo. Ahora ese sueño era posible. Lo pensaron los lectores, lo pensó el gringo Cuk que entusiasmado buscó en sus cachivaches algún recuerdo de su patria chica. Lo desearon sus padres, sus abuelas y compañeros de colegio. La alquimia del mundo conspiraba para que se cumpliera su destino, diría algún libro de ayuda individual. Mientras la fatalidad soplaba río abajo, Ezequiel lustraba la foto enmarcada de su beer cranberry. A la espera del canje por la lata REAL.
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