domingo, 31 de julio de 2011

Colmena


Un poco abandonadas a las ballenitas por las sirenitas. Llegaron tiempos mejores, mañana, según el informe meteorológico, oleada de sirenas en bicicleta, a las 21 por la colmena!

sábado, 23 de julio de 2011

Sonidos, el entorno y la traducción

Sonidos y el espíritu, lo que está viniendo

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El mundo que nos rodea está colmado de variadísimos objetos y nos parece lo más natural ir directamente a su encuentro cuando queremos saber algo de ellos. Mordemos la manzana para saber si es dulce; nos sentamos sobre una silla para saber si es cómoda; abrimos un libro para saber qué hay en su interior. A diario, ampliamos nuestro conocimiento sobre los objetos por medio de nuevas experiencias y, por ello, concluimos con certeza que sin experiencia no sabríamos nada sobre ellos.
A partir de esta convicción, las así llamadas ciencias empíricas, a las que pertenecen las ciencias naturales, se han abocado a investigar los objetos de la naturaleza que nos rodean. Quienes la fomentan no tienen dudas de que están por el buen camino, cuando, con todos los medios de observación y experimentación, se enfrentan con el enigma que nos plantea descubrir la naturaleza en los objetos. Tienen la esperanza de llegar a resolver algún día los enigmas del universo con la ayuda de una experiencia más extensa y refinada. La solución consistirá en el descubrimiento de las leyes superiores de la naturaleza, de las que dependen todos los objetos de la naturaleza y, en último término, nosotros mismos en tanto objetos de la naturaleza.

miércoles, 20 de julio de 2011

Happy friends

jueves, 14 de julio de 2011

Sirenas


Próximamente!

domingo, 10 de julio de 2011

Elecciones


Es todo cuestión de elecciones. Elecciones efectivas, ejecutivas.

lunes, 4 de julio de 2011

Ondas, ondas, profundas las ondas

El mundo de las vibraciones y los sonidos

Por razones profesionales, estoy sumergido en El mundo de las vibraciones y los sonidos (1951), de Carlos Prélat, Premio Nacional de las Ciencias. Lo que se viene, pronto...

Desde las épocas más primitivas de la humanidad hasta el presente, el hombre ha manifestado sus emociones y deseos, sus angustias y alegrías, por los medios más variados, gestos, expresiones de su rostro, movimientos de todo su cuerpo, como saltos y contorsiones. Pero estas manifestaciones, que no son otra cosa que hechos concomitantes con sus distintos estados anímicos, no tienen, en conjunto, la eficacia poseída por otro medio de expresión: la voz. Desde los gritos guturales del salvaje primitivo, hasta las modulaciones y cadencias del canto más exquisito, existe toda una gama de expresión de los deseos, pasiones y sentimientos humanos. La voz posee recursos y matices que la hacen un medio de expresión de estados afectivos que no puede, prácticamente, ser sustituido por ningún otro. Y si de la expresión de sentimientos y pasiones pasamos a la de las ideas y concepciones intelectuales, es evidente que no existe ningún otro medio de comunicación directa de hombre a hombre que pueda sustituir, para esa finalidad, a la palabra.
La música ocupa un lugar prominente entre las bellas artes, elementos importantísimos de la cultura humana. Y ¿qué es la música? Es el estado actual, que ha alcanzado un desarollo extraordinario a través de una lenta evolución, de una manera de expresar el hombre primitivo, a veces sólo a sí mismo , su estado de ánimo, congoja o alegría, temor o tranquilidad, por medio de sonidos de su garganta, en un principio, y por sonidos arrancados a algún instrumento apto para ello.
Es evidente que la comunicación o simplemente expresión de deseos o estados anímicos por medio de sonidos es también usada por animales. El canto de los pájaros, los rugidos de las fieras, que nos llenan de deleite o de espanto, no son otra cosa que medios de expresión de esos seres vivos.
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Breves y bellas palabras para describir la expresión primigenia de nuestro ser humano, el de hoy, el de siempre.
Los "posteriormente", "prácticamente", las aclaraciones insistentes "para esa finalidad", los giros cientificistas "es evidente". De ellos no se pudo despojar este hombre de las ciencias. No obstante, se avoca a la pregunta por el ser.

sábado, 2 de julio de 2011

German chacareran

Un año nuevo se cerraba con una promoción no ganada. O sea, descenso. Y esa noche, un locro de un amigo argentino, su vecino alemán con sus chacareras me rascataron de la desolación. No importa mucho sino para mi recuerdo. Quiero compartir su locura por las chacareras, sin saber una palabra de español. Alto músico.
Como retribución lo agreggué a la novela y también al mar. no hay relaciones verídicas, más las que parecen.

http://www.youtube.com/watch?v=8oXctkf3b6A acá las chacareras de Sasha.

abajo su intromisión en mi relato.
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Algo que podía ser un frío joven lo despertó. Eran las dos cosas, el frío de un otoño que empezaba su incontinencia y el brazo de su hermano, Mark. Sasha abrió los ojos rápido, estiró un cachete para un lado, la oreja para el otro, la frente hacia arriba, la nariz se inflaba, como un dibujo animado apunto de echar una carrera. No entendía lo que le decía. Empujó a esa chica que estaba durmiendo con él, lo abrazó a su hermano y salieron a la calle, a ver de qué se trataba eso. La gente iba y venía como si estuviese borracha, y como si estuviese planeando algo que no había sido pensado, mejor dicho, realizado con la impunidad con que se emborrachaban en la calle. Octubre era un mes que podía traer recuerdos igual de buenos y malos, la pérdida de la segunda guerra, los octubres celebrados como el día de la patria en la imperiosa Karl Marx Allee. Sasha no vivía muy lejos de la nueve de julio berlinesa, ahí, cerca del barrio obrero, cuando eso no era el mundo entero. Seguían ellos, los otros, yendo hacia el centro de la ciudad. Se veía venir, era una tormenta resistida en el cielo por algún dios que, seguro, no había estado vestido de blanco. Algún dios jubilado en las academias y bibliotecas del otro lado de la ciudad. El trolebús no dejaba de andar, cómo podía ser. Qué iba a cambiar. Sasha ya estaba agotado, llegando con su cara para cualquier lado, haciendo un chiste, imitando a un soldado, pensado que alguien lo estaba viendo. Un dios, alguien sabría de ese hecho. Ningún periodista. El hijo. Cuando le contara al hijo, la burla al soldado. Para después. Después volvieron a sufrir una pedagogía similar. La tolerancia. Sasha no creía que ese fuere su problema. Cruzó una vez, cruzó otra. Cruzó una vez más y no quiso volver. No pudo. Unas horas, unos días. Drogas, cualquiera. Le daban guita, loco. Me daban guita. Esa noche no recuerda qué pasó. Probó todo. Al otro día, fue al banco, dijo que le dieran los marcos de bienvenida, le pusieron un sello. Salió a la calle, todos seguían de la cabeza, qué había pasado, quiso cruzar la ciudad pero ya no había que cruzar más que la frontera de un recuerdo muy cercano. Se fumó la guita de bienvenida en minas, mercas y pelotudeces, como una cámara de fotos. Al otro día se despertó, se borró el sello de bienvenida. Fue al banco, pidió más plata. Así, durante una semana. El cajero ya lo conocía y, aunque la ética alemana sonrojaba a ese vigilante del oro nazi, disfrutaba pensar que era algo que no podía pensar: consumir. Casi como introducir a una jovencita en los placeres sexuales, sólo despertando su curiosidad innata. Sasha recordó a la chica que dejó esa noche de unos días atrás. Se habrá enterado de que se puede ir a la otra parte de la ciudad. A la parte fea pero prometedora. A la parte menos nuestra. Donde la policía parece simpática. Cómo se llamaba, se pregunta Sasha. Cara. Dice. Aunque le parecía impreciso, erróneo. Cara. Cara. Se rascaba la inminente calvicie. Carabajal, le salió como un tirón. Extraño nombre, largo. No se puede tener un nombre tan largo. Luego, quizás, reflexionó que esa extrañeza y longitud le habría hecho recordar el nombre. Al fin de cuentas, lo raro es lo que nos impacta. Y sus ojos marrones, la morocha, su cola redondo. Sasha lo miraba en el horizonte rosa del atardecer congelado de Berlín, mientras se fumaba unos cigarrillos marlboro. María Carabajal. Ahora sí. La ciudad es un pueblo y, cuando lo dijo, recordó donde la había conocido. María había cruzado en esos días por un acto folklórico. La República Democrática quería dar la imagen de mundo que no daba, resistiendo a la apabullante ola de cocacolas, bananas ecuatorianas y multicolores fluorescentes en las telas de cualquier pilcha. María era una sirena, le hubiese gustado decir a Sasha. Le había enamorado la melodía ajena de una chacarera. Sasha era músico de cámara, futuro de. De pronto, encontrar la belleza de una música cálida y triste, reventona del alma, le había despertado una inquietud que las sinfonías militarizantes de la Soviética no le comunicaban. Se acercó con el respeto de las formas, la vergüenza del preso y el amor interno de lo nuevo. Todo esto pasaba mientras Sasha se terminaba su otro marlboro. La buscó otra vez. La encontró a María, que vivía en la otra parte de la ciudad, bueno del mundo. Hace años se había venido de Argentina, el viejo, escapando de la dictadura. Terminó en Berlín occidental. A Sasha le parecía tan lejano cruzar el océano, cuando apenas había llegado a la frontera de Hungría. Todo lo excitaba el doble. Lo enamoraba el doble. La duplicación de los sentimientos guarda la necesidad de vivir lo que el otro. María no hablaba mucho, en alemán. Las cuerdas habían sido el puente que los había encontrado. Total sabes de sobra que en vano fue quererte. Repetía Sasha con un español desconocido. De memoria. María reía. Qué entiende este gringo. Se rió y Sasha, con su cara centrífuga, la festejaba y seguía cantando la letra del tío de María. Hace unas semanas de eso. El muro había caído y ellos tenían pasajes para Santiago del Estero. Sasha iba a conocer Argentina, la tierra de Ernesto.