Tarde. Siempre Tarde. Y a veces no sabíase si llegaba. Si fuérase a no venir nunca. Pero iba. Iba nomás con el talán tatán del San Martín. Los fierros se acoplaban y salían desde un lugar que parecía nunca arrancar. Juana esperaba el tren. Se subía, entre lento y forzado. Tirando de la baranda. Empujando del piso para arriba. Esa mañana, húmeda, como todas en Buenos Aires, la provincia. Porque la humedad llega para el hermanarse. Y como era una de las primeras estaciones el tren iba casi lleno, casi. Pasaban las estaciones y se llenaba un poco más. Después, llegando a Santos Lugares, se iban amontonando. Juana miraba por el vidrio. O esa falsa ventana que ponían para el fresco y contra los bandidos y linyeras. Abrazadita a su bolso, abrazadita a su viaje. ¿Qué tenía qué pensar? No sabemos. Ella iba y venía. Y en el viaje sólo sabía que viajaba y no preguntaba. Medía. El mediodía. Los remedios. Qué pastilla. Mariela. El gallo descogotado. ¿Otra vez embarazada? No. Eso es lo que pensamos nosotros. Ella quería un auto y unas vacaciones en Mar del Plata. Tampoco. ¿Qué quería Juana? Juana quería seguir en viaje. Ir hasta Retiro. ¿Qué es Retiro? Siempre lo vi esperando el tren. ¿Existe Retiro? El centro. Ah, sí. Donde se va el Ariel. Hasta allá se los llevan. Bueno. Es el centro, ¿no? Allá van. ¿Qué dirán esos? ¿no? Miralos, que van. Que se vayan a laburar. Sitian la ciudad. Cortan las calles. Je, y pensar que le pagan a Ariel diez pesos y unos cuantos patacones. Je. Después no lo llaman hasta el 17 de octubre. Recién vamos por julio. ¿Y de mientras? De mientras seguimos viajando. El tren va y viene. De Retiro a José Cé Paz.
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