¡Puta madre!, pensó. Juana no había venido. La carne se pudría arriba de la mesada. No había qué comer, las milanesas no estaban hechas. Un sol entraba por la ventana del lavadero que exponía toda la suciedad del piso. Juana faltaba por segunda vez. A Lautaro poco le importaba la falta de comida y la suciedad que se acumulaba en la casa. Era un capricho de madre que no comprendía. Cuando Juana no iba, nada era más terrible que el sonido del teléfono a las exactas dos y veinte de la tarde. Era la hora de la verdad. Era la hora en que llamaba Patricia, mamá de Lautaro y patrona de Juana. De ese llamado dependía el humor de los próximos días de la casa. Y siempre era quién le comunicaba esa situación decisiva. Para bien o para mal, con más o menos coraje, Lautaro alzaba el teléfono y, dependiendo del caso, tenía una estrategia. Si Juana iba, lo primero que decía luego de “Hola má” era “vino Juana”. Si no venía, preguntaba por el bienestar, por el trabajo, como para apaciguar su puteada. Pero, luego de dos faltazos, algo de vergüenza le daba proteger a Juana.
Eran las dos y media y ni los fantasmas de Juana ni de Patricia habían aparecido. Tranquila la tarde. Y pasaron las dos horas hasta que llamó má. “Negra de mierda”, cansada de la mugre, soltó Patricia. Y ahí arrancó el sermón del trabajo, de la carne que va a la heladera, de que iba a echar a Juana. Algo de pena le daba a Lautaro la falta de Juana. Vaya a saber uno porqué no vino. Quizás, Mariela se escapó y la está buscando. Quizás, José padre también había pirado y le agarró el pánico de la muerte y salieron para el hospital. Vaya a saber uno. Lautaro sabía de Juana por lo poco que charlaban, que era cuando él calentaba el agua del mate y ella planchaba, o cuando ella lavaba los platos y él pelaba la fruta. Y como era ineludible preguntar del porqué había faltado tantísimas veces, como era necesario conocer la historia para explicarle a su madre las razones del faltazo de Juana, Lauta iba y venía con los cuentos de Juana. Aunque siempre le venía a la cabeza, como le había dicho su tío (donde también trabajaba Juana), que no venía porque era el día que cobraba su plan trabajar. Y aunque esa hipótesis parecía saludable, pues no se le pagaban aportes, generaba una manto de sospecha sobre la pobre Juana. Plan trabajar es para quienes están desocupados. No para los que trabajan, sea cual fuere su condición. El problema no era, pero, que cobrara una guita no correspondida. La preocupación era que se fuera de cortes de rutas, accesos, calles. La cuestión era saber si era una de los nuestros o uno de ellos. ¿Juana? Nunca. Juana es más buena. ¿Cómo iba a ir de piquete? ¿Juana? No, quizás, José el marido borracho y loco. Juana ya tenía muchos pesares con la Mariela. Juana iba a seguir trabajando, por siempre, con faltazos, con sonrisas timidonas. Juana nunca iba a ir de piquete.
A decir verdad, ahora, después de volver del colegio, y sin la terrible espera por responder el llamado de Patricia, Lauta se iba a dormir la siesta. ¿Qué más podía hacer? ¿La tarea? No, mejor era dormirse y soñar que venía Juana, que todo se quedaba como estaba.
Eran las dos y media y ni los fantasmas de Juana ni de Patricia habían aparecido. Tranquila la tarde. Y pasaron las dos horas hasta que llamó má. “Negra de mierda”, cansada de la mugre, soltó Patricia. Y ahí arrancó el sermón del trabajo, de la carne que va a la heladera, de que iba a echar a Juana. Algo de pena le daba a Lautaro la falta de Juana. Vaya a saber uno porqué no vino. Quizás, Mariela se escapó y la está buscando. Quizás, José padre también había pirado y le agarró el pánico de la muerte y salieron para el hospital. Vaya a saber uno. Lautaro sabía de Juana por lo poco que charlaban, que era cuando él calentaba el agua del mate y ella planchaba, o cuando ella lavaba los platos y él pelaba la fruta. Y como era ineludible preguntar del porqué había faltado tantísimas veces, como era necesario conocer la historia para explicarle a su madre las razones del faltazo de Juana, Lauta iba y venía con los cuentos de Juana. Aunque siempre le venía a la cabeza, como le había dicho su tío (donde también trabajaba Juana), que no venía porque era el día que cobraba su plan trabajar. Y aunque esa hipótesis parecía saludable, pues no se le pagaban aportes, generaba una manto de sospecha sobre la pobre Juana. Plan trabajar es para quienes están desocupados. No para los que trabajan, sea cual fuere su condición. El problema no era, pero, que cobrara una guita no correspondida. La preocupación era que se fuera de cortes de rutas, accesos, calles. La cuestión era saber si era una de los nuestros o uno de ellos. ¿Juana? Nunca. Juana es más buena. ¿Cómo iba a ir de piquete? ¿Juana? No, quizás, José el marido borracho y loco. Juana ya tenía muchos pesares con la Mariela. Juana iba a seguir trabajando, por siempre, con faltazos, con sonrisas timidonas. Juana nunca iba a ir de piquete.
A decir verdad, ahora, después de volver del colegio, y sin la terrible espera por responder el llamado de Patricia, Lauta se iba a dormir la siesta. ¿Qué más podía hacer? ¿La tarea? No, mejor era dormirse y soñar que venía Juana, que todo se quedaba como estaba.