El agite de una tabla resulta imposible hasta para la imaginación. La ola puede tener problemas, puede y de hecho puede tenerlos. Tanto es así que están por descubir la memoria del agua. Si es que se puede decir descubrir. En algún mejor caso, sería un descubrimiento del humano. La memoria líquida, gaseosa, sólida. Qué pensamientos tendrá el agua, los mismos que el mío. O, en las clases de inglés uno descubre (y eso sí es un descubrimiento) que el agua es incuantificable. Una agua, dos aguas, tres aguas, dice el mozo. La agitación, que va y vuelve sin llegar a su límite, a su caída, sino que vive en permanente tensión con eso que no puede decir, que no puede vivir, que no puede imaginar. El silencio.
La vida en la ciudad. El silencio de una elección que para no empezar por el futuro, sino por un porvenir pasado. Es decir, seguimos como estamos. Esperando que la onda cambie. Basta de decir. ola. La publicidad oficial abandona las marquesinas (palabra que me prometí a mí mismo nunca escribir, pero que ahora escribo como homenaje a ese falso poeta tallerista del rojas, mejor dicho, como falso homenaje). Sigamos. Abandona las marquesinas porque la vida es una posesión.
Quiero volver a escribir y dejar este camino de oficios mediocres que interfieren, que complican el mundo de significantes y piquetean el mundo del sentido.
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