Al viejo se le ocurrió hacer un libro sobre las islas que nunca visitó ni nunca iba a visitar. El atlas de las islas remotas. Julio fue marinero mercantil. Digamos que se levantaba todos los días, al alba, para ir al puerto, cargar bolsas, partir, volver y volver a ir. El ponto. Hubiese podido, si quería, ser ingeniero, astillero. Pero el hombre quería el mar. Nada de quedarse a tierra. Todavía cuando no viajaba, salía a la calle, caminaba por Parque Patricios y pensaba cómo estaría el viento en la orilla. Trabajó para exportadoras suecas, alemanas, turcas. Había recorrido todos los mares. Había visto todos los soles, en sus colores, formas, lentitudes. Había leído muchos libros. Tres o cuatro, según la travesía. Y eso durante los treinti largos años de oficio. Pese a esa multiplicidad de paisajes observados y lecturas variadas, a pesar de la versátil capacidad de delatar el clima como pocos, encontraba todo idéntico. Daba lo mismo andar con la Chevrolet tartamuda por Zárate que entrar al puerto imperial de Hamburgo. Y como le daba lo mismo levantarse en la esquina de Caseros, donde había nacido, o en el puerto menos conocido del mundo, pensó en escribir no su experiencia de vida, que a él le resultaba decididamente monótona. Pensó en escribir sobre esos lugares de los que escuchó o vio en el mapa de pura casualidad. Una manchita arenosa entre tanto celeste. En todo caso, se dijo, escribir sobre las islas que, por no haberlas visitado nunca, lo dejaban imaginar –aunque sea imaginar– que existía algo que no se le asemejara. Una fruta que no fuera ni amarga ni dulce. Algún sistema de pesca diferente a los conocidos debido a cierta capacidad superior de la fauna marina autóctona. Por ahí, cierta disposición de la sombra que le revelara otra constelación estelar. Al fin, concluyó resignado, todo iba a terminar en semejanza. La incertidumbre de lo ignoto le daba un margen de posibilidad a lo mutante. Un agujero negro. El triángulo de las Bermudas. Por qué no.
Ya estaba grande para altamar. Lo jubilaron. No rico, pero sí tenía asegurado su futuro. Bastante solo, por cierto. La razón de que optara por trabajar de remisero. Seguía en el rubro transporte. Practicaba entonces la filosofía semántica o semántica filosófica a la que sometía al pasajero de turno. Deuda externa. Deuda viene de deber. Deber significa obligación y saldo nuestro respecto de otro, o sea, débito. Ambas cosas nos generan culpa. Sí, señor, es nuestra la deuda. Externa. Ex significa anterior. Terna es lo interior sin in-. Lo que no es dentro ni fuera es terna. Terna viene de tierno. Tierno de ternera. Ternera es lo intermedio de feto y vaca. Ternerita. Entonces, lo que ellos quieren, señora, es que les demos nuestra carne. Algo así como que reclaman la fuerza de trabajo de los inmigrantes que vinieron hace casi un siglo. Mi viejo, mi tía, su padre, señora. Ellos quieren que les devolvamos todo. No sólo quieren la vaca, la carne, quieren toda carne que les pertenezca sobre este territorio. Ellos también trajeron la vaca. Casi todo les debemos, sabe. Pero, yo, la verdad, sabe, no me siento culpable. Yo sé que ellos quieren de nosotros la carne. Viajé mucho, señora. Más de lo que se puede imaginar. Viajé mucho. Y siempre me dicen de la carne. Y de Maradona, claro. Pero mejor de ese no hablemos. Somos deudores de nuestra carne. Originalmente, en el Yuilyimaz, que es como la biblia de los tibetanos, el principio era carne. Nada de tierra, barro, costillas, girasoles. Carne, pedazo de carne, un bifecito. Que era carroña que venía del cielo y como en esa época el mundo giraba más rápido, la carne fue tomando forma, hasta llegar a lo de hoy. Es como que la energía aerodinámica fue dándole forma al cuerpo. Algo así como poner un pedazo de carne en una montaña rusa. Igual sabemos que no es verdad. Es todo fantasía. Pero adonde quiero ir es que la deuda no es de pesos, dólares, lo mismo da. De carne, la deuda ex de ternera. Sabe. Dígame si la aburro. Yo acá practico la semántica filosófica o la filosofía semántica, porque también escribo. Pero sobre otras cosas. Soy muy leído. De marinero, sabe. Laburé toda mi vida de marinero, por gusto. Pero también leía. Cultivarse que le dicen. Me jubilaron. Me alcanza. Pero me aburre estar en casa. Disculpe si le hablo tanto. Usted dígame y listo. Pasa que yo lo encuentro interesante.
Creo que es el mejor post a la fecha.
ResponderEliminarsaludos desde
Bs. As.
ap.
gracias licenciado, forma parte de mi inminente novela
ResponderEliminartremendo.
ResponderEliminarLa Parte Maldita quiere ese libro en su catálogo!
ap.
deben contactarse con mi agente, en la isla remota : )
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