martes, 28 de septiembre de 2010
Comedor oceánico
Los amigos aumentan el oleaje del mar y eso ayuda a la reproducción de las ballenas. Quien sabe de esto, también se pondrá contento por el mar (no sólo de ballenas) que inflaron en el comedor de los molineros del Borda, el programa de pre alta donde reciclan papel, tengo entendido. Pues bien, paradójicamente (y burdamente) podría decirse que la libertad desenfrenada del mar, ese horizonte circunferente representaría algo así como la ida (y no sabemos de la vuelta). Obstante, no es el mar visto por enamorados ni Cristobalito ni otros especuladores. Es el mar imaginado de Disney, de Homero, pero no de Titanic. También el de los documentales, incluso los falsos. Es el mar desconocido, donde la comunicación es posible por gestos, apenas sonidos pero no lenguas. Del mismo modo que ellos no deberían sentirse encerrados, encarcelados que quieren ver el mar, el comedor oceánico que los inunda los integra a la fauna marina donde hay animales acuáticos (obviamente) y animales terrestres busos, porque una vez que te fuiste de la cordura la puerta está siempre abierta. ¿Quién dijo que los chanchos y las ovejas no pueden nadar?
Gracias, Emepece, gracias Oveja, gracias loco!
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Ballenas,
Imaggio,
La República
domingo, 26 de septiembre de 2010
La fresca
Se viene la fresca. El verano ya pasó, parece. El invierno viene galopando desde el sur.
Acá, el parque de Treptower. Mi lugar favorito. El mejor lugar de Berlín hasta ahora. Donde juego al fútbol, toma mate, salgo a correr.Queda cerquita de casa, no tanto, pero pensar que está a diez minutos de bici y que está a 10 del centro de Berlín me hace pensar sobre las formas de vida, la urbanidad. La confluencia naturaleza arquitectura es inmejorable. El río que parece una pileta, los árboles que bloquean cualquier horizonte de cemento. Y en el medio, un pedazo de monumento. El memorial soviético de majestuosa concepción. Todo perfectamente diseñado, y no me molesta.
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Berlin
domingo, 19 de septiembre de 2010
Años de amistad
Veinte años no es nada. El tiempo de las ballenas es múltiplo de veinte. Un año en el mar son veinte de Gardel. Pensar que el mar era una hoya, un valle subacuático donde las profundidades escondían un qué sé yo. Balance ninguno. Las corrientes del norte no dejan lugar a los estanques. Todo corre mar arriba. Las pausas son la gestación de la metamorfosis.
Dos postales, del acá berlinés a ese entonces porteño, tandilense, donde el mar tuvo su erupción.
El atardecer del post-verano amaga con eternizar. Razones geográficas hacen que la caída del sol sea tan larga, tan lenta que juega con quedarse colgada en ese momento en que, desde un puente cualquiera, el sol, naranja furioso, invasivo, se postea detrás de la torre de Alexanderplatz. Al mirar ese horizonte detenido, que conecta este presente con el pasado reciente, con los veinte años, con los treinta y cuarenta años atrás, no pasa nada. O pasa que uno sigue caminando como si nada pasara, que la reflexión de que el momento ya tuvo otras copias, no del todo perfectas, y que ese comunica este momento con aquel otro y ese otro. ¿Una nueva vida se constituye de paisajes no vividos por otros? ¿Un edificio sobremoderno o una casucha hecha en pc representa una nueva vida? El atardecer furioso interrumpido por la torre dice: “Sí, ese fondo, ese momento sin tiempo definido y la interrupción eclipsolar de mi esfera quiebra tu sensación ahistórica”. Pero como si no lo murmurara, los pibes siguen caminando, bicicleteando para llegar a horario, todos distintos, cada uno al suyo y lo único que los mancomuna es el horizonte homogéneo del naranja atravesado por la torre.
Tandil, tras el viaje por Azul. No llegaban, los chicos no llegaban. Teníamos un fin de semana en una cabaña. Hacía frío, una neblina en la sierrita, ese ombliguito verde grisáceo. Clara y Blacki, rubia y morocha, labradoras, inspeccionaban por debajo de la puerta, cual policías, qué se tramaba en la cabaña. Lentejas. Salame. No llegaban. Una luna fresca marcaba los caminos a la ciudad de Tandil ya prendida. El verde se fundía con la oscuridad y no se distinguía qué era sombra y qué era verdad. Azul había quedado atrás con su mediodía pueblerino y su siesta de rey. Buenos Aires había quedado como una isla que invade otra isla, que está por. Buenos Aires era la tendencia abrumadora de un exterior que no se preocupa por mirar la lejanía. Tandil era más ombligo que nunca, porque venían los amigos y el guiso ya estaba a punto. Ellos llegaron tarde, con la noche.
El mar se comparte. Gracias amigos queridos.
Dos postales, del acá berlinés a ese entonces porteño, tandilense, donde el mar tuvo su erupción.
El atardecer del post-verano amaga con eternizar. Razones geográficas hacen que la caída del sol sea tan larga, tan lenta que juega con quedarse colgada en ese momento en que, desde un puente cualquiera, el sol, naranja furioso, invasivo, se postea detrás de la torre de Alexanderplatz. Al mirar ese horizonte detenido, que conecta este presente con el pasado reciente, con los veinte años, con los treinta y cuarenta años atrás, no pasa nada. O pasa que uno sigue caminando como si nada pasara, que la reflexión de que el momento ya tuvo otras copias, no del todo perfectas, y que ese comunica este momento con aquel otro y ese otro. ¿Una nueva vida se constituye de paisajes no vividos por otros? ¿Un edificio sobremoderno o una casucha hecha en pc representa una nueva vida? El atardecer furioso interrumpido por la torre dice: “Sí, ese fondo, ese momento sin tiempo definido y la interrupción eclipsolar de mi esfera quiebra tu sensación ahistórica”. Pero como si no lo murmurara, los pibes siguen caminando, bicicleteando para llegar a horario, todos distintos, cada uno al suyo y lo único que los mancomuna es el horizonte homogéneo del naranja atravesado por la torre.
Tandil, tras el viaje por Azul. No llegaban, los chicos no llegaban. Teníamos un fin de semana en una cabaña. Hacía frío, una neblina en la sierrita, ese ombliguito verde grisáceo. Clara y Blacki, rubia y morocha, labradoras, inspeccionaban por debajo de la puerta, cual policías, qué se tramaba en la cabaña. Lentejas. Salame. No llegaban. Una luna fresca marcaba los caminos a la ciudad de Tandil ya prendida. El verde se fundía con la oscuridad y no se distinguía qué era sombra y qué era verdad. Azul había quedado atrás con su mediodía pueblerino y su siesta de rey. Buenos Aires había quedado como una isla que invade otra isla, que está por. Buenos Aires era la tendencia abrumadora de un exterior que no se preocupa por mirar la lejanía. Tandil era más ombligo que nunca, porque venían los amigos y el guiso ya estaba a punto. Ellos llegaron tarde, con la noche.
El mar se comparte. Gracias amigos queridos.
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Cumpleaños
sábado, 18 de septiembre de 2010
Agua mansa
Un viejo temita que allá por el casi año ocupó las primeras orillas de este mar.
Quién recuerda el post se lleva un premio.
Quién recuerda el post se lleva un premio.
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El sordo que escucha Brahms
Estamos por cumplir años...
y lo vamos a festejar con todo. El silencio es rumido. El rumido ballenero es no como dice la Real: masticar por segunda vez, reflexionar o refunfuñar. El rumido bajo el océano consiste en hacer vibrar desde el interior hacia el exterior todos los músculos, entrañas, huesos. Y que esa onda sobrenade los mares y que, una vez, en el exterior haga spalsh, saliendo por el espiráculo, lanzando poesía al cielito lindo.
Si bien tenemos bici, andamos en carro, porque la velocidad hace al tiempo.
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Ballenas
martes, 14 de septiembre de 2010
Lo que se viene
Cuando se veía nítido el horizonte, una luz más fuerte convierte lo iluminado en oscuro.
Acá el horizonte ballenero.
gracias irucha
Acá el horizonte ballenero.
gracias irucha
sábado, 11 de septiembre de 2010
jueves, 9 de septiembre de 2010
Silencio en aguas profundas (Tiefe Wasser)
Ahora, en un ratito, leo "Relato con un fondo de agua", de Cortázar. Próximamente, salgo de las profundidas. En alemán, traducido como "Erzählung mit einem tiefen Wasser", ilustrado bellissima por Franziska Neubert.
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